Espacios autogestivos – Espacios interdisciplinarios
Por Othón Téllez
Por Othón Téllez
Al hablar de espacios para el adecuado trabajo de la gestión cultural, se piensa en el inmueble ideal, adecuado para ejecutar uno o varios proyectos. Los museos, centros culturales, casas de la cultura, foros, auditorios y bibliotecas, entre otros, son espacios que pueden ser transformados para convertirse en lugares donde se pueda brindar una oferta cultural más amplia; para ello, algunos operan a partir de buenas adecuaciones y otras con infraestructura adaptada. Los gestores culturales son quienes se preocupan para que dichos espacios tengan las condiciones adecuadas, buscan realizar lo mejor posible sus programas operativos y que su gestión haga entender a las instancias superiores, sea municipal, estatal o federal, sobre la importancia de invertir en cultura en la localidad.
Mientras tanto, en los ámbitos gubernamentales de México, los presupuestos para la cultura se comportan con la misma tendencia año con año. Cualquiera que sea la tendencia partidista que gobierne, se llevan a cabo recortes significativos en el presupuesto cultural para los programas sustantivos y son pocos los proyectos gubernamentales que corren con suerte al verse beneficiado de algún apoyo.
Afortunadamente, ello no ha frenado el emprendimiento cultural, y artistas, gestores independientes y promotores culturales siguen su trabajo pese a todos los inconvenientes y desarrollan con imaginación y creatividad estrategias que posicionan su producto en el imaginario colectivo de su comunidad, reportando ricas significaciones de estética, arte y cultura en su quehacer cotidiano. Sabemos con conciencia que un país que no invierte en materia de salud y educación es un país que difícilmente podrá atender los otros grandes problemas socioculturales en los que está inmerso. Sin embargo, la presente reflexión abordará dos aspectos relevantes para el desarrollo del emprendimiento cultural: las plataformas de autogestión y los ámbitos interdisciplinarios que recorren trasversalmente el desarrollo cultural.
La transición del modelo
La composición económica ideal para un proyecto que busque sostenibilidad económica sólo puede vislumbrarse, hoy en día, si poco a poco va desprendiéndose de la codependencia (exclusiva) gubernamental, para dar paso a las aperturas de otras formas de financiamiento: procedentes de estrategias de recaudación de fondos, de la inmersión del gestor en el mercado del arte y la cultura y a la incorporación de una mirada en el nivel de empresa o industria cultural, que permita, al capital simbólico y creativo, ingresar en los ámbitos comerciales sin desvirtuar la singularidad del producto cultural.
Para ello es necesario replantear el perfil de incidencia del gestor cultural. Más allá de ser sólo un ejecutor de inercias culturales, el gestor debe identificar los polos de desarrollo económico que su proyecto pueda generar y ello sólo se logrará encontrando una vinculación entre la sostenibilidad económica y la sustentabilidad social. Mientras un proyecto cultural no cubra las necesidades de significación de la comunidad en donde se desarrolla, difícilmente va a poder alcanzar la tan anhelada sostenibilidad financiera; además, hay que reconocer que dicho proceso sucede en un espacio de trabajo permanente con la comunidad y que su alcance dependerá de la creatividad, entusiasmo y tenacidad que el gestor le emita al proyecto, de sus evaluaciones permanentes, de la incorporación de nuevas estrategias en los ámbitos del desarrollo, construcción y formación de públicos, así como en la profesionalización de su trabajo.
La autogestión en la cultura implica tener una mirada creativa ante el panorama de dependencia permanente que se ha venido trazando por las políticas culturales. Cierto es que muchos de los programas como las becas estatales y los apoyos a la creación han ayudado al emprendimiento cultural, pero también es innegable que han generado una gran dependencia a la “beca” o al “apoyo”, ello en detrimento de la creatividad para buscar alianzas estratégicas que impulsen el desarrollo económico del proyecto cultural en sí.
La propuesta es que la mirada esté en la comunidad, y quizá lo relevante de un proyecto deba ser su anclaje con la acción social, que emerja y se desarrolle en paralelo con acciones comunitarias propiciadas por el gestor cultural. Al estar en dicha sintonía, de inmediato nuestro proyecto cultural se interrelacionará con la diversidad cultural de la comunidad e iniciará un rico proceso de intercambio de significaciones y apropiaciones que revitalizará la mirada del gestor, dotándolo de una visión más compleja, divergente e interdisciplinaria.
El arte no es ajeno a esta vinculación con la comunidad. Los tránsitos de las manifestaciones artísticas en las últimas tres décadas (1982-2012) han mostrado una diversidad de ejemplos en donde lo meramente disciplinar (artes visuales, arquitectura, danza, teatro, música, literatura y cine) ha empezado a replantear sus maneras de hacer y sus construcciones simbólicas. Lo multidisciplinar se refleja en proyectos que incorporan diversas disciplinas y respetan el propio quehacer disciplinar, o bien, en manifestaciones en donde la fusión de lo disciplinar borra fronteras de identificación generando nuevos imaginarios con construcciones estéticas diversas e incluso llevan al arte a vincularlo con saberes disciplinares de lo mas heterogéneo: arte y ciencia, arte y cotidianeidad o cualquier otro cruce que genera nuevas interpretaciones y que claramente transita a lo trasdisciplinar.
Si esto está sucediendo en el arte es menester que el gestor cultural haga replanteamientos en su manera de difundir la cultura. Pensemos que la enseñanza del arte y la cultura no sólo se restringe, por ejemplo, a los convencionales talleres de pintura, teatro, danza y artes plásticas (amén del uso de estrategias de enseñanza del siglo XIX). Debemos avanzar en la creación y en el diseño de talleres interdisciplinarios que involucren nuevos saberes e intereses acordes a las prácticas culturales cotidianas de niños, jóvenes y de la sociedad en general, la cual está acostumbrada, hoy en día, al uso permanente de medios electrónicos. Ahora se percibe y sabe percibir imágenes en alta velocidad, se convive con prácticas divergentes y multidimensionales, se busca conocimiento capsular y se vive una especie de cultura “light” , entendida ésta como la necesidad urgente de contar con información, pero sin llegar a niveles de profundización.
Por otro lado, las estrategias para propiciar la circulación del arte están cambiando vertiginosamente. Pongamos un ejemplo: si pensamos en las manera de invitar a un evento, nos daremos cuenta que la “vieja” invitación fue remplazada hace apenas unos años por el hoy “viejo” flyer, el cual a su vez es desplazado por el uso de las redes sociales que son mucho más efectivas; y seguramente en años venideros existirán al alcance nuevas herramientas aportadas por la tecnología, que facilitarán aun más la manera de invitar.
Un buen ejemplo del vertiginoso desplazamiento en la circulación del arte y la cultura, se da al corroborar cómo en un grupo de veinte personas seleccionadas al azar, probablemente la totalidad traiga consigo un dispositivo para tomar una fotografía, cuestión que hace 15 años, en el inicio de los noventa, hubiera sido inverosímil, pues sólo los que se dedicaban a la fotografía compraban y portaban (en ciertas ocasiones) la cámara fotográfica. Lo anterior ha generado la irrupción de la fotografía en el cotidiano cultural, y ha propiciado que la gente común vea y haga fotografías con más frecuencia. Ante ese panorama comprendamos la importancia de crear estrategias que recojan esa experiencia cultural, talleres de fotografía para celular e implementados a través de redes sociales. Hay que abrir los imaginarios de la creatividad a las estrategias de la difusión y circulación de la cultura, ofertando opciones de servicios acorde y en sintonía con nuestro momento.
Del otro lado del servicio cultural, el público también incorpora, como ya se dijo, una serie de nuevas prácticas culturales. Hay que comprender que el público, hoy, se desplaza como individuo multidimensional en una gran plataforma de información y circulación muy inmediata. En el ámbito de la inteligencia y de las capacidades a desarrollar, la teoría de las Inteligencias Múltiples, modelo propuesto y desarrollado por Howard Gardner , rompe paradigmas en la parte de la trasmisión de la cultura y la dota de un universo de posibilidades que permiten comprender el arte desde las diversas inteligencias con las que opera nuestro cerebro.
Los medios de circulación, el público y los quehaceres de los productores artísticos y culturales, se están moviendo con nuevas formas de hacer y nuevas maneras de significar y el gestor cultural sigue operando bajo el mismo esquema de los años setenta sin replantear su labor. Es el momento de empezar a generar condiciones que desplacen el quehacer cultural a los espacios autogestivos, a la interdisciplina y a la estrecha relación con su comunidad. Más allá del esquema neoliberal que impulsa el desarrollo “exitoso” a costa de lo que sea, debemos reformularlos como individuos constructores de un desarrollo cultural, en donde uno mismo sea un espacio de convergencia de la diversidad cultural de nuestra comunidad y el impulso del público a quienes nos debemos.
Anillos y espirales de desarrollo
Uno de los grandes problemas que aqueja los circuitos de producción, distribución y consumo cultural es la influencia liberal y neoliberal de la búsqueda de un esquema “exitoso”, algo así como suplantar un modelo cultural por otro que se considera superior o de mejores cualidades. Es común recurrir al uso del verbo “sensibilizar” para señalar dicha acción, como partiendo del supuesto que hay un grupo de individuos “no sensibles” a los cuales el gestor cultural con su proyecto “sensibilizarán”. Se parte de esa acción de manera cotidiana y coloquial y se da como hecho valioso el que ello suceda, olvidando la diversidad cultural y el respeto al gusto de los demás, incluso llegando al caso en donde la creación de un proyecto cultural “exitoso” suceda en primacía sobre otros productos, imponiendo gustos.
La propuesta es otra: parto del principio de comprender al desarrollo cultural como una acción de equilibrio cultural y en vinculación estrecha con la comunidad y comprendiendo la diversidad cultural, natural y factores de identidad. El gestor cultural debe saber ejecutar su acción en dicha coordinación y alianza; por ello hablo de la necesidad de forjar anillos y espirales (para comprender mejor el modelo), los cuales se entrelazan y se entrecruzan en diversos momentos con el fin de generar acciones de repercusión en el individuo, la comunidad y el desarrollo de los proyectos culturales y sus pautas de intervención social.
Veamos y analicemos el esquema propuesto:
Partamos del primer anillo de responsabilidad del gestor cultural: la creatividad en el emprendimiento cultural. Sin duda alguna, es quizá la acción que genera la reflexión de la totalidad del modelo. Cuando un emprendedor cultural tiene la idea de generar un producto cultural, una acción de distribución y circulación cultural o bien estrategias de fomento, construcción y desarrollo del consumo cultural, impulsa una serie de otros anillos, alianzas o acciones que reportan una suerte de espiral virtuoso en el cual se van impulsando acciones de desarrollo comunitario.
De inmediato se genera una inversión productiva en los ámbitos de la industria cultural, sea por el costeo del proyecto por el propio gestor, sea en el mejor de los casos, cuando la idea estimula e impulsa inversión económica, gestión de recursos e impulso económico. Sin duda, esa primera acción repercute en el desarrollo comunitario el cual va ligado en el anillo de un desarrollo sustentable. Un emprendimiento cultural creativo contempla el desarrollo de su comunidad al generar una sustentabilidad social; es decir, el proyecto cultural es demandado por la comunidad como una necesidad para enriquecer sus significaciones.
Para lograr ello, el gestor cultural debe enfrentarse al trabajo permanente y profesional de la investigación cultural, identificando proyectos similares, realizando análisis de sus públicos, identificando intereses comunitarios y reconociendo oportunidades de desarrollo para su proyecto; ello genera nuevas prácticas culturales que abren los imaginarios del público y lo hacen más participativo: prácticas culturales que enseñan, transforman y educan a una nueva mirada la experiencia cultural. Valerse de la aplicación de tecnologías en esta fase puede ser valioso si hay contextualizaciones que lo originen, sea porque está dentro de las prácticas de consumo cultural habitual o bien porque dotan de factura al producto cultural en sí. La tecnología libera el espíritu de la creatividad y ayuda a que los proyectos culturales circulen a través de medios de común uso y en velocidades sorprendentes. Ello implica, como lo señalamos anteriormente, que el gestor cultural esté en sintonía con las manifestaciones artísticas contemporáneas y sea perceptivo al cruce y entre cruce de disciplinas que ayudan a comprender de mejor manera los hechos culturales. Cuando Ariel Guzik presentó en el 2011 su “Concierto para plantas”, una pieza sonora de arte y ciencia en donde podemos escuchar a través de un laúd lo que una cactácea puede emitir como sonoridad, las reflexiones a partir de la obra son infinitas y cruzan los diversos niveles de pensamiento, desarrollando las múltiples inteligencias e identificando lo que vemos y escuchamos como una muestra de la paz del equilibrio natural. La interpretación de las obras de arte y de los productos culturales le permite al individuo desarrollarse potencialmente, reconociendo su capacidad no sólo de percibir, sino de interpretar, crear, recrear, generar imaginarios, construirlos para por último apropiar al bien cultural y con ello generar identidad y sustentabilidad.
El hecho cultural estimula el pensamiento multidimensional de cada individuo y reconoce la complejidad del pensamiento, producto de la construcción contextual de su conocimiento, de sus estructuras imaginarias y de reconocerse como un sujeto capaz de trasformar el mundo en un sentido más humano con carácter primigenio, responsable de sus acciones y en sintonía con su entorno natural y cultural, respetando la mirada del otro e identificando la importancia de generar proyectos culturales emanados de la comunidad y que construyan un verdadero desarrollo sustentable de carácter comunitario.